Y ahí estaba con un gran paraguas de único
compañero, de pie frente a la estación de tren. Sola, más sola que nunca, el cielo llora y los ojos de ella le acompañan
en el gimoteo. Presencia la escena en blanco y negro. Una escena que hiere, una
casi inevitable.
Lo observa, es como si nada hubiese cambiado,
sigue igual, sereno y con el mentón arriba, un cabello ondulado y despeinado
con la brisa, una mirada cálida y acogedora, unos brazos protectores, un andar
tranquilo, es más bien un chico que a simple vista se nota lleno de seguridad,
pero que en el fondo puede que guarde misterios y secretos…
Quién hubiese pensado que ambos llegarían a
conocerse tanto entre sí, que a pesar de sus diferencias aprenderían el uno del
otro y se harían indispensables como el romance entre el Sol y la Luna, aquel
chico resultó ser alguien simple, sin secretos y derecho por la vida, parecía
perfecto, simplemente el mejor amigo, la mejor pareja, el mejor consejero… tanto
tiempo y tantos recuerdos guardados en el baúl.
Ella observa la panorámica de una escena
forzosa… Bajo el amparo de una estación de tren emprende él, un viaje
desconocido, sin previo aviso, abandona todo lo que en algún momento
prometieron nunca olvidar… sin poder decir nada para evitarlo y sin haber
cruzado palabras ni una última mirada. Un adiós silencioso se percibe en el
viento. Un adiós cargado de pasado, de recuerdos, de sentimientos. Y de lágrimas.
Y piensa: “Somos como dos desconocidos que se
conocen perfectamente”, aún con la
esperanza de que se gire, de que el destino les brinde otra oportunidad.
Su silueta se va a haciendo más pequeña,
perdiéndose entre la humedad de la lluvia, en la oscuridad de una típica tarde
de invierno, hasta que finalmente… desaparece.
Quizá
esa oportunidad no sea ahora, pues sabes que las cosas han cambiado, las
llamadas interminables fueron cesando, hasta convertirse en un silencio
incómodo, que terminó en una simple mirada de un extremo de la calle al otro.
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